sábado, 13 de abril de 2013

 
"Como esos días invernales de tormenta y sol, que temblorosos se apagan por instantes y hacen del mundo espectáculo del torcedor de la Indecisión, tuve algunos míos, luego de conocerla, en que entre ella y el Arte y el Misterio, vacilé, en tanta oscuridad y apocamiento venía yo. Del todo desextraviado, vivo desde entonces en el hallazgo.
Entre todas las veces que logré fe en mí, solo la de ella fue presta.
Y solo porque ella quiere sonreír una última vez a su amor desde fuera de este amor, desde el Arte, compongo esta obra que no necesitamos.
Nada difícil es que sea ella poco importante, pues lo hice ya mucho antes iniciado en escepticismo, no del Arte sino de que para nosotros guardara el Arte ya consulta alguna.
Pájaro de tormenta no cernirá, no cruzará en nuestro amor.
Pero aquella sombra del fin, de la ocultación…
Cuando nos llega nos estrechamos, nuestras figuras y nuestras ropas recogiendo, que no las toque el pálido pavor cercándonos.
Todo lo que son tristes sus ojos es alto mi ser, mi ser de espera.
Y el instante pasa. Mas una vez, y lo haré, había que hendir esa sombra, que no volverá más.
Aun no lo crees. Tampoco yo te adivinaba. Lo imposible que tú eres. Lo imposible de la Respuesta a la muerte, que yo tengo. El todo-amor que tú eres; el todo-conocedor que yo traía.
A ti, existas o no, dedico esta obra; eres, por lo menos, lo real de mi espíritu, la Belleza eterna".

Macedonio Fernández, Museo de la novela de la Eterna: 1975. 

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